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El camino a la vocación: cerrando el círculo

El filósofo Alan Watts daba el siguiente consejo a sus alumnos que preparaban para saltar al mundo laboral:

¿Qué te gustaría hacer si el dinero no fuera un problema? ¿En qué te gustaría de verdad invertir tu vida?

Estas dos preguntas suponen un buen punto de partida para encontrar la vocación. No tanto porque responderlas nos conduzca de forma infalible a su descubrimiento, sino porque hacerlo revela dónde residen nuestros intereses. O, al menos, cuáles creemos que son.

El dinero se convierte de esa forma en la herramienta que nos permite medir nuestro interés respecto a una actividad. El interés es nulo cuando trabajas solo por dinero y máximo cuando estás dispuesto a hacerlo por amor al arte. Sin embargo, el dinero no siempre vale lo mismo. El consejo de Alan Watts puede resultar ideal para alguien que sale de la universidad y tiene el apoyo de su familia y nefasto si tienes a personas que dependen de ti. En ambos casos, descubrir qué nos interesa constituye una buena referencia a la hora de decidir qué dirección tomar.

Sin embargo, nuestro juicio a la hora de pronosticar qué intereses tendremos en un futuro no inmediato es bastante pobre, particularmente si carecemos experiencia suficiente. Del mismo modo, podemos disponer de toda la experiencia y autoconocimiento del mundo y, sin embargo, encontrarnos atrapados en una situación laboral o vital que dificulte o impida completamente la persecución de nuestros intereses más íntimos. Es por eso que la vocación es un camino más que un destino. En el primer caso, la vocación es un camino de autoconocimiento que nos obligará a descubrir posibilidades y poner a prueba nuestras creencias. El segundo es un camino de autorrealización que nos obligará a desandar una parte del camino y encontrar la forma de cambiar nuestra vida.

La vocación como puente

La vocación es un punto de equilibrio, un puente entre dos aspectos de la vida que habitualmente se encuentran en tensión. Alcanzar la vocación es resolver el conflicto entre aquello que hacemos y quiénes somos, pero también entre lo que deseamos y lo que podemos hacer. El carro de la vocación tiene dos pares de ruedas en cada mundo: el subjetivo y el objetivo.

«Tú puedes hacer todo lo que te propongas» es un consejo tan absurdo como «dedícate solo a lo que sabes y puedes hacer». En nuestra vida existen límites objetivos a nuestras capacidades y deseos, algunos podemos superarlos y otros no. Pero solo poniendo a prueba los límites es donde descubrimos nuestras capacidades reales. Por otro lado, creer que podemos conseguir absolutamente todo lo que nos propongamos, encierra el riesgo perder la conexión con la realidad. El Quijote también creyó que podría convertirse en caballero andante y todo sabemos cómo acaba la historia. La clave por lo tanto es aprender a establecer un diálogo honesto con la realidad, con nuestra realidad subjetiva y la realidad objetiva externa a nosotros.

Por otra parte, el conflicto de la vocación nace de la posibilidad y se resuelve con la elección. La fuente principal de las crisis vocacionales reside en la conciencia de la existencia de otras opciones. Cuantas más opciones dejamos abiertas, mayores son las posibilidades de caer en la insatisfacción. Solo cuando adquirimos un compromiso que se alinea con nuestra experiencia vital y nuestras creencias más arraigadas es cuando superamos el conflicto.

Hay muchas formas alcanzar ese compromiso. La opción adecuada para nosotros está ligada a nuestra forma de ser y a la etapa en la que nos encontramos en la vida. He encontrado a suficientes personas que siempre han tenido claro a qué deseaban dedicarse. Algunas mantienen el rumbo y otros entran en crisis cuando descubren que su profesión les ha conducido a un callejón sin salida. Pero también he conocido a otras, entre las que me incluyo, que han necesitado pasar por varias experiencias antes de descubrir a qué desean dedicar su vida. A menudo, la gente como yo solo descubre lo que realmente nos importa cuando el tiempo empieza a convertirse en un bien escaso y aprendemos, poco a poco, a vernos de forma honesta.

En cualquier caso, la vocación solo se cristaliza a través de la experiencia, hayamos encontrado o no nuestro trabajo ideal. En el primer caso, las dificultades ponen a prueba y forjan nuestra elección. En el segundo caso, la dificultad estriba en encontrar la forma de dedicarnos a nuestra vocación cuando la inercia de nuestra vida nos lleva en una dirección completamente distinta.

Por esa razón me cuesta enormemente creer que una vocación se pueda planificar. Solo ejerciendo una profesión nos encontramos con los inconvenientes que pondrán a prueba la solidez de nuestra elección, pero además, el mundo cambia constantemente y las circunstancias externas pueden convertir nuestra decisión en inviable.

Sea cual sea el caso, y aunque sea impopular decirlo, encontrar la vocación y conseguir dedicarse a ella, es más bien la excepción que la regla. Por eso es esencial hacerse amigos de la idea del fracaso. Es muy probable que no encontremos nunca el trabajo perfecto, pero sin riesgo ¿dónde estaría la aventura?

Las etapas en el camino a la vocación

Buscar la vocación, aunque no lleguemos a encontrarla, es un proceso valioso en sí mismo porque constituye un camino de maestría hacia nosotros mismos. Durante cada etapa, descubrimos algo que nos permite desarrollar una relación cada vez más estrecha y transparente con la realidad.

Experimentación

Es difícil escoger y menos comprometernos con una profesión que desconocemos. Solo ejerciéndola descubriremos si hemos idealizado un oficio o, al contrario, las posibilidades que encierra una labor que de otro modo habríamos descartado.

Cierto es que idealizar un oficio, puede ayudarnos a permanecer en él el tiempo suficiente como para acabar moldeándolo y moldeándonos a él hasta que se conviertan en un elemento inseparable de nosotros mismos. Sin embargo, solemos albergar patrones y necesidades de las que no somos conscientes y que, sabiéndolo o no, intentamos compensar o satisfacer. Si el trabajo que hemos elegido nos impide hacerlo, acabaremos abandonándolo (siempre que dispongamos de esa posibilidad, claro está). Por ese motivo, cada trabajo que desempeñamos es una oportunidad. Es a través del desempeño constante de una tarea, de las afinidades y las tensiones que experimentamos al llevarla a cabo, que se revelan nuestras necesidades pero también nuestras capacidades inexpresadas.

Durante la fase de experimentación el mayor reto consiste en saber cuándo ha llegado el momento de abandonar un trabajo. Hacerlo demasiado pronto niega la posibilidad de aprender algo importante acerca de nosotros mismos. En cambio, cuanto más tiempo ejercemos una profesión, más inercia tomará nuestra vida en una dirección determinada y más esfuerzo requerirá cambiarla en el futuro.

Por eso resulta importante recordarnos periódicamente por qué hemos elegimos una profesión. En ocasiones puede que descubramos que hemos alcanzado lo que nos habíamos propuesto y que aun así nos sintamos insatisfechos. En ese caso, antes de cuestionarse si estamos en el lugar correcto, deberemos preguntarnos si el motivo de la insatisfacción reside en el oficio en sí mismo o en las circunstancias. En ocasiones, una remuneración que consideramos injusta, la falta de reconocimiento, la incapacidad para realizar nuestra tarea de acuerdo a nuestras convicciones, una circunstancia personal o un entorno social perjudicial pueden hacernos dudar de nuestra profesión cuando en realidad solo deberíamos las condiciones en las que la estamos ejerciendo.

Otras veces llegaremos a la conclusión que nuestro trabajo actual nos impide obtener aquello que buscábamos o incluso que la razón que nos ha llevado a elegir una profesión ha dejado de importarnos. Es esa y no otra, la señal de que ha llegado el momento de plantearse un cambio de rumbo.


Asumir el control

El término vocación proviene de vocare (llamar en latín) y posee fuertes connotaciones religiosas. Durante siglos la vocación se entendía como la llamada divina a cumplir con una tarea o misión, generalmente religiosas. En numerosas ocasiones durante esta serie de artículos me he preguntado si «vocación» era el término adecuado para referirme al trabajo ideal y, si bien me decanté por seguir utilizándolo, el término en sí mismo es la fuente y origen de múltiples confusiones.

Según la interpretación clásica de la vocación, una fuerza externa decide qué tarea debemos desempeñar en la vida y nos la presenta a través de algún tipo de revelación. Nuestra única opción reside por lo tanto en aceptar o rebelarnos contra los designios divinos. Existe un destino, una misión para la que estamos predestinados y nuestra obligación es cumplirla.

En épocas anteriores, cuando generalmente heredábamos la profesión de nuestros padres y las posibilidades de elegir eran escasas (cuando no nulas), la idea de cumplir con el llamado divino podía resultar incluso reconfortarte. En la actualidad en cambio, donde el problema y la raíz de la insatisfacción suele residir en la enorme cantidad de posibilidades entre las que podemos elegir, alcanzar la vocación se ha convertido en una cuestión de autoconocimiento y de asumir el control sobre nuestras vidas.

Sin duda, la causa fundamental de una crisis vocacional es la conciencia de que tenemos muchas otras posibilidades. Esa constatación da lugar a un fenómeno conocido como la paradoja de la elección. Este fenómeno provoca que la satisfacción con la profesión elegida sea inversamente proporcional a la cantidad de oficios que podríamos ejercer. Cuando esto ocurre, vivimos comparando nuestro oficio y, por lo tanto, nuestras vidas con todos los otros oficios y vidas posibles. La abundancia se convierte en una fuente de tensión vital: entre la vida que tenemos y la que creemos que deberíamos tener.

Por otro lado, intentar engañarse y conformarse cuando realmente existen otras posibilidades tampoco resuelve la situación, porque entonces la tensión creada por las opciones disponibles seguirá sobreviviendo en los márgenes de nuestra conciencia. El conflicto interno solo se resuelve con el compromiso, pero el compromiso debe ser sincero y completo.

En un artículo anterior, mencionaba como el ejercicio real de la libertad requiere también un ejercicio de responsabilidad. En este caso, la única forma de avanzar cuando nos encontramos atrapados en un trabajo consiste en asumir la responsabilidad sobre nuestras propias vidas. De otro modo, nos convertimos en víctimas de nuestra situación y nuestras circunstancias. Esa y no otra es la prisión real a la que nos enfrentamos.

Por eso es importante ejercer el control sobre nuestra vida y nuestro trabajo allí donde podamos. Solo así aprendemos a gobernarlos (trabajo y vida) y descubrimos los límites: los nuestros y los de nuestras circunstancias. Todos los trabajos encierran retos, conflictos y dificultades y estos aparecen tarde o temprano. La satisfacción en un trabajo solo se alcanza cuando nos hacemos con el timón de nuestras vidas, marcamos el rumbo y entendemos que nadie puede gobernar un huracán.

¿Quién sabe? Puede que exista algo así como una llamada divina hacia el trabajo ideal, la misión que únicamente nosotros podemos desempeñar en la Tierra. Puede que exista. Sin embargo, en todas las historias que he llegado a conocer acerca la vocación he encontrado apenas un puñado de revelaciones y, en cambio, muchos relatos de búsqueda, conflicto, esfuerzo y fracasos. Si la vocación es en realidad una llamada, la llamada nos exige asumir la responsabilidad de nuestras elecciones.

Cerrando el círculo de la vocación

Ya vas a ver que todo esto acaba mal, pero lo mismo está bien, pibe, Marcos es de los que buscan, él del lado de lo que pasa en la calle, claro, y yo más bien en los grafitti de las paredes, pero solamente los imbéciles no se dan cuenta de que todo es calle, che, y Marcos sí y por eso me tiene confianza, cosa que a mí mismo me sorprende más de una vez porque al fin y al cabo qué soy yo, un pescador de esponjas poéticas o algo así, un programador de oriloprones.

Julio Cortázar, el libro de Manuel

Es irónico, realmente irónico. Muchas personas que me rodean y a las que llevo dando la vara durante años con el sainete de la vocación, sentirán la tentación de darme una colleja cuando lean lo que viene a continuación.

Hace aproximadamente cuatro años escribía lo siguiente:

Al mismo tiempo, quería abordar el tema con una mente abierta y eso implicaba asumir el menor número de cosas, empezar realmente desde cero: ¿existe algo así como el trabajo ideal para una persona para el que, de alguna forma u otra, estamos predestinados? No tengo ni idea, pero quiero descubrirlo.

La encrucijada de la vocación: ¿qué debo hacer con mi vida?

Pues bien, ahí va la bomba: la vocación no existe.

Lo reconozco, esta afirmación es más una provocación que una certeza innegable. Ciertamente, existen muchas personas que viven su profesión como una vocación. Sin embargo, mi conclusión es que la vocación como una Itaca a la que llegar, como un lugar objetivo, como una llamada del destino simplemente es una ilusión o, como mínimo, una idealización.

Seamos honestos, a muchas personas la vocación les importa un comino. Les basta con que su trabajo les sirva para tener una vida digna y son perfectamente felices con ello. No necesitan que su trabajo cambie el mundo, ni que proporcione sentido a sus vidas. Y eso está bien.

Pero incluso entre aquellos que esperan algo más de sus oficios, muchos no llegan a descubrir su profesión ideal. Otros sí lo hacen, pero entonces se encuentran que se han enmarañado tanto en la madeja de sus vidas que les resulta prácticamente imposible desenredarse. E incluso existen muchos que dan el salto para dedicarse al oficio soñado, solo para darse cuenta de que la marea de la realidad los devuelve al punto de partida.

Existen condiciones objetivas que contribuyen a hacer que un oficio nos permita vivir una vida equilibrada y saludable, pero en última instancia, vivir un oficio como una vocación es una cuestión puramente subjetiva: es nuestra interpretación lo que convierte a nuestra profesión en una vocación.

Nietzsche creía que el universo carece de sentido inherente y que la tarea de encontrar sentido y un propósito recaía puramente en el individuo. Yo no sé si llegar tan lejos, porque desconozco lo que el universo piensa o deja de pensar. Sin embargo, experimentar un oficio como una vocación depende exclusivamente del sentido que nosotros le otorgamos.

Pero el sentido no nace en el vacío, sino que depende de una gran cantidad de factores: nuestra cultura, creencias, nuestro entorno social y nuestra experiencia vital. Eso es lo que convierte a la vocación en un problema con una formulación simple, pero con una resolución tremendamente compleja: encuentra la profesión que tenga sentido para ti y habrás encontrado tu vocación. Aunque bien pensado, también se podría presentar así: encuentra la forma de dotar sentido a tu profesión y habrás encontrado tu vocación.

En última instancia, el sentido depende de uno mismo y precisamente su dimensión subjetiva es lo que hace que no exista una receta mágica para alcanzarlo. Hay personas que lo encontraron en el horror de un campo de concentración y otros en la cotidianidad del día a día.

Planificar en detalle la vocación puede resultar tan estéril como querer planificar todos los pasos de nuestra vida. No importa lo inteligentes, previsores o disciplinados que seamos: la vida siempre suele tener más imaginación que nosotros. Por eso, la vocación requiere adquirir un compromiso y la determinación necesaria para asumirlo se forja en el yunque de la experiencia. Algunos dan con el clavo a la primera mientras que otros necesitamos muchos martillazos para conseguir alinear nuestras necesidades, creencias, deseos con la realidad externa a nosotros.

Anteriormente, afirmaba que la vocación es un puente entre dos contradicciones. Y la última de ellas es que la vocación es al mismo tiempo real e irreal, es una ficción mágica que nos permite hilvanar nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo. Al mismo tiempo, nuestras decisiones son muy reales y también lo es el poder que encierra superar nuestras tensiones inconscientes y decidir con todo nuestro ser comprometernos con una actividad.

Alcanzar la vocación significa asumir con humildad la posibilidad omnipresente del error y del fracaso. Pero incluso cuando eso ocurre, siempre hay un lugar hacia donde seguir caminando. La vida rara vez se expresa a través de un solo camino así que sigue caminando porque al final, todo es vida, che.

Foto: Wai Siew en Unsplash

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