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El camino hacia la vocación: desarrollo y maestría

Movimiento y vida van unidos. La vida es en sí mismo un ejercicio de cambio y movimiento. Por eso, no es de extrañar que percibir progreso resulte esencial para la salud de nuestra psique. Cuando no experimentamos progreso, caemos en las garras de la rutina y de ahí al aburrimiento y la frustración hay un paso; de ahí a la depresión, solamente dos.

En el mundo occidental actual acostumbramos a medir el progreso en nuestro oficio mediante dos factores externos: estatus y dinero. Los incrementos de sueldo o las promociones en un puesto de trabajo se convierten en dos de los grandes generadores de conflicto en el mundo laboral y, por extensión, en nuestras propias vidas. Como un espejismo, el dinero o la jerarquía laboral nos sirven de referencia para medir la estima que nos tienen y con ello subordinamos nuestra propia autoestima al influjo del fetiche.

Al otro lado del espejo encontramos el progreso interno, el desarrollo basado en la búsqueda del conocimiento y la perfección: el camino a la maestría. 

Querer aprender y mejorar en lo que hacemos, independientemente de las recompensas o críticas que obtengamos por ello, nos permite ubicar el trabajo dentro de nuestra identidad y nuestra vida, nos hace menos vulnerables al oleaje de las opiniones o los eventos externos y nos convierte, de facto, en dueños de nuestro trabajo. Quien trabaja en busca del conocimiento y la perfección, trabaja siempre para sí mismo. 

La búsqueda de la maestría requiere el interés constante y sostenido en el tiempo por una actividad, sea la que sea. Uno puede convertirse en maestro tanto diseñando cohetes como cortando pescado siempre y cuando ejerza su oficio con dedicación, constancia y compromiso.

Aprender es humano

Aprender nunca ha sido un lujo para los humanos y sí una de las claves del éxito de nuestra especie. Si hemos llegado al espacio o somos capaces de editar nuestro código genético, es gracias a nuestra capacidad de aprender, no solo dentro de nuestras propias vidas sino también de las generaciones pasadas. Isaac Newton hizo famosa la frase:

Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes.

Pero en realidad vemos más lejos porque metafóricamente estamos sentados sobre los hombros de miles de generaciones de seres humanos y porque también hemos aprendido a almacenar, transmitir y adquirir conocimiento de forma cada vez más eficaz.

Solo aprendiendo hemos podido vivir en entornos para los que no estamos biológicamente preparados: desde la tundra al espacio, pasando por el desierto y también desarrollar formas cada vez más complejas de interaccionar entre nosotros y con el mundo.

Eso significa que la necesidad de desarrollarnos y aprender se encuentra profundamente enraizada en nuestra forma de interactuar con el mundo. Un niño que muestra desinterés por lo que le rodea y no juega ni experimenta es un niño por el que debemos preocuparnos.  

Adquirir competencia en cualquier capacidad o tarea aumenta nuestra autoestima, nos proporciona sensación de valía y utilidad. Pero el progreso real se produce cuando superamos la barrera de la autoestima y nos dejamos llevar por la curiosidad y la búsqueda honesta de conocimiento. En ese momento, descubrimos que el camino hacia la maestría en un oficio es un también un camino hacia la maestría sobre nosotros mismos. No es posible aprender a conocer una actividad profundamente sin aprender a conocerse y adquirir  control sobre nosotros mismos.

El camino hacia la maestría nos libera de la necesidad de cambiar constantemente de actividad y de circunstancias y abre la puerta de un desarrollo más profundo. El cambio se expresa en el refinamiento y la sutileza, en las inmensas posibilidades de creación y crecimiento que esconde cualquier tarea.

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