A partir de un discurso pronunciado en 1957, y más tarde en un libro pionero titulado The Human Side of Enterprise (El lado humano de la empresa) en 1960, McGregor argumentó que quienes dirigían las empresas partían de supuestos erróneos sobre el comportamiento humano. La mayoría de los líderes creían que a las personas de sus organizaciones les disgustaba fundamentalmente el trabajo y lo evitarían si pudieran. Estos individuos sin rostro temían asumir responsabilidades, ansiaban la seguridad y necesitaban desesperadamente una dirección. Como resultado, «la mayoría de las personas deben ser coaccionadas, controladas, dirigidas y amenazadas con castigos para conseguir que se esfuercen adecuadamente en la consecución de los objetivos de la organización». Pero McGregor dijo que había una visión alternativa de los empleados, una visión que ofrecía una descripción más precisa de la condición humana y un punto de partida más eficaz para dirigir las empresas. Esta perspectiva sostenía que interesarse por el trabajo es «tan natural como el juego o el descanso», que la creatividad y el ingenio estaban ampliamente distribuidos en la población y que, en las condiciones adecuadas, la gente acepta, e incluso busca, la responsabilidad.
Daniel Pink, La sorprendente verdad sobre qué nos motiva (p.76)
Gobernar nuestras propias vidas es un anhelo fundamental de los seres humanos. Desde muy pequeños, mostramos preferencias claras acerca de qué queremos comer, a qué queremos jugar, dónde y con quién queremos estar, etc. Esta necesidad aumenta a medida que nos desarrollamos y por ello es una tendencia natural del ser humano aspirar cada vez a un grado mayor de autonomía.
Cada vez que nos imponen algo en contra de nuestra voluntad a una parte de nosotros le gustaría gritar y patalear. Y, de hecho, en muchas ocasiones lo hacemos, solo que de formas más indirectas y refinadas de las que utilizaría un niño.
Cuando la frustración se acumula y empezamos a tener la sensación de ser más una simple herramienta que un ser humano con opiniones y necesidades propias, empezamos a “desconectarnos” de nuestro trabajo y percibirlo como un mal necesario que en absoluto forma parte de nuestras vidas. Nada mejor para perder las ganas de trabajar que hacerlo a las órdenes de alguien que nos roba cualquier control sobre qué, cómo, cuándo y con quién trabajamos.
En muchas empresas, y en otros ámbitos de la sociedad, subyace la creencia de que somos vagos y egoístas y necesitamos una motivación en forma de premio o castigo. Según esta forma de concebir el mundo es necesario controlar a los trabajadores, establecer parámetros bien claros y definidos de qué se debe hacer y de cómo se debe hacerlo. El resultado es la alienación, la pérdida de nuestra propia identidad dentro de nuestro trabajo.
Afortunadamente, la ciencia lleva décadas ofreciendo una imagen más rica y positiva del comportamiento humano. En una de las teorías más recientes del comportamiento humano, la “Teoría de la Autodeterminación” (SDT o Self determination Theory en inglés) defiende que las necesidades del ser humano van mucho más allá de la obtención del placer inmediato o la evasión del sufrimiento:
“tenemos tres necesidades psicológicas innatas: competencia, autonomía y conexión. Cuando se satisfacen esas necesidades, estamos motivados, productivos y felices. Cuando se frustran, nuestra motivación, productividad y felicidad, caen en picado.”
Daniel Pink, La sorprendente verdad sobre qué nos motiva (p. 72)
En este esquema, la autonomía tiene su contrapeso y su límite en nuestra necesidad de conexión expresada a través de nuestra naturaleza social. Los seres humanos hemos progresado creando comunidades cada vez más complejas y eso nos ha convertido en seres interdependientes. La conexión con los demás y con nuestro entorno define la frontera de nuestras posibilidades.
La balanza de la autonomía y la responsabilidad
Es un error pensar que un grado alto de autonomía es siempre positivo. Hay ocasiones donde carecemos del conocimiento y la experiencia necesarios para utilizarla. En otros casos, un exceso de opciones puede convertirse en un obstáculo a la hora de concentrarse en un objetivo o una actividad. Cuando eso ocurre, disponer de límites razonables puede ayudarnos a interactuar mejor con nuestro entorno. Un bebé puede querer meter los dedos en un enchufe y es responsabilidad de los padres impedirlo para proteger su bienestar.
Por eso, la clave de una autonomía sana se encuentra en el desarrollo de nuestra capacidad de ser responsables, de asumir y responder de nuestras decisiones y acciones. A medida que vamos ganando conciencia y control sobre nuestros propios actos y decisiones, adquirimos una mayor capacidad para ejercer la autonomía de forma positiva.
La vocación tiene componentes que son plenamente subjetivos y personales y, sin embargo, pivota sobre el binomio responsabilidad – autonomía: es mucho más probable que sintamos que nuestro trabajo constituye nuestra vocación si hemos tenido la capacidad de elegir libremente y, al mismo tiempo, nos responsabilizamos plenamente de nuestra elección. La diferencia entre el trabajo como elección y el trabajo como imposición crea un abismo la forma de percibir nuestro oficio. Debido a esta diferencia de percepción, dos personas que desempeñan la misma labor pueden vivirla de formas diametralmente opuestas.
Mediante el acto de elegir, nos convertimos en dueños de la parte de la vida que ocupa el trabajo y activamos una serie de mecanismos psicológicos que hacen que las inevitables frustraciones e inconvenientes de cualquier profesión sean más soportables. Como consecuencia, nuestra vinculación con el trabajo se convierte en más estrecha y duradera. Fundamentalmente, vivir un trabajo como una elección propia elimina la tensión entre la obligación de trabajar y la necesidad de determinar las condiciones de nuestra existencia. Tomar y asumir plenamente la decisión de dedicarnos a un oficio descartando todos los demás nos “libera de comparar la vida que llevamos con cualquier otra vida imaginada.” (Po Bronson, What Should I Do with My Life)
Es más, la energía mental que liberamos gracias a la resolución de este conflicto abre las puertas de una nueva forma de vivir el trabajo: de repente es más fácil estar concentrado, nos sentimos más satisfechos y nos volvemos más creativos.
Creando oasis de autonomía
También es cierto que el número de personas que pueden elegir de forma totalmente libre su ocupación se ve limitada por las condiciones del mercado laboral. La mayoría de nosotros nos hemos visto o nos vemos abocados a asumir aquel trabajo que podemos obtener con el fin de poder pagar las facturas. Es perfectamente natural en esos casos que se produzca una “desconexión” entre el trabajo y la persona que lo desempeña. Trabajar supone entonces un mal necesario que hay que asumir para poder vivir. Ese punto de partida, el tener que llevar a cabo todos los días una tarea que sentimos como impuesta, genera todo tipo de frustraciones cuyos efectos secundarios nocivos se extienden mucho más del terreno de lo laboral.
A pesar de eso, siempre existen esferas de autonomía que podemos utilizar para sentirnos mejor en el trabajo. Por pequeño que puedan parecer algunos cambios, siempre existe alguna posibilidad de adaptar nuestro empleo a nuestras preferencias y necesidades. Quizá sea añadir algunos toques personales a nuestro lugar de trabajo, escuchar nuestra música favorita, decidir cuándo hacemos pausas o con quién o cuándo trabajamos. Sea lo que sea, mientras nos resulte imposible identificarnos con nuestro trabajo, es importante crear pequeños oasis donde podamos ejercer un cierto control y que nos permita expresar nuestras elecciones y nuestra propia forma de ser.
Quizá esas mejoras nos puedan parecer demasiado pobres. Es difícil consolarnos con poner flores en nuestro escritorio cuando lo que ansiamos es vivir nuestra vocación. Sin embargo, adquirir la costumbre de tomar el control de los aspectos de nuestra vida allí donde es posible, es un paso, para nada menor, en la dirección correcta.
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