El sentido, expresado de forma poética, es aquello que nos conecta con nuestro entorno, nuestra vida y el mismo infinito. En el trabajo y en la vida, el sentido es la llave para unificar lo que somos y lo que hacemos.
El sentido es un concepto poderoso y también escurridizo. Todos experimentamos el sentido de forma diversa según nuestras creencias y nuestra experiencia. Todos tenemos nuestros porqués, seamos conscientes de ellos o no.
Por eso, no existen trabajos con sentido absoluto. El sentido se encuentra ligado a la historia que nos narramos y las posibilidades de experimentar un trabajo como una vocación existen tanto si trabajamos como bomberos o de barrenderos. Toda tarea tiene significado si se enlaza íntimamente con nuestra forma de entender la vida.
Lo que convierte al sentido y su búsqueda en algo tan difícil de asir es una realidad incuestionable: el sentido pertenece a la dimensión subjetiva de la realidad. El sentido varía de persona a persona e incluso en función de nuestras circunstancias vitales (nuestra edad, nuestra experiencia, nuestro entorno…). Es por ese motivo que el sentido no es intrínseco a ninguna profesión. Es cierto, hay oficios donde la conexión entre nuestro trabajo y sus efectos en el mundo es más inmediata y evidente. Aun así, en última instancia el sentido siempre nace de una fuente interior y solo se alcanza si lo que hacemos harmoniza con nuestras creencias y capacidades.
La escalera del sentido en el trabajo
Existen niveles de sentido y cada uno de ellos nos conecta cada vez a una realidad más amplia. Una ocupación que garantiza nuestra supervivencia tiene un sentido innegable. Cubiertas nuestras necesidades básicas, el sentido de un oficio se expresa en la manera que permite conectarnos con nuestra identidad, con las personas que nos rodean, e incluso con la vida misma: con la nuestra y con todas las vidas que nos preceden y que nos seguirán. En su grado más alto, una vocación nos proporciona la experiencia de que nuestra existencia se extiende mucho más allá de nosotros mismos.
Estos niveles de sentido suelen dividirse en tres formas básicas de percibir un empleo en el mundo actual: como trabajo, como carrera y como vocación. En la primera, el trabajo tiene sentido principalmente como medio de subsistencia. Dicho de otro modo, el trabajo nos sirve exclusivamente para pagar las facturas y a menudo eso hace que nos sintamos ajenos a la actividad que desempeñamos; nuestra vida empieza cuando acaba nuestro trabajo.
El trabajo entendido como carrera profesional tiene un sentido más amplio, ya que vincula nuestra trayectoria vital al progreso en nuestro empleo. A medida que adquirimos mayor competencia, reconocimiento y estatus, satisfacemos nuestra necesidad íntima de crecer y progresar y también de ser aceptados y valorados por otros.
Sin embargo, el trabajo entendido como carrera presenta el inconveniente de que nuestro progreso y valor personal se establece siempre en función a parámetros externos: nuestro lugar en la jerarquía profesional, nuestro sueldo, el reconocimiento explícito de nuestros jefes, compañeros o comunidad profesional. A medida que crecemos profesionalmente, nuestro valor y autoestima aumentan. Cuando, en cambio, nos quedamos estancados o incluso sufrimos un revés, corremos el riesgo de acabar cuestionándonos nuestra valía y de entrar en una crisis de identidad.
El trabajo entendido como vocación va un peldaño más allá: nuestra labor tiene valor por sí misma, independientemente de las opiniones o del valor que le den los demás. Cuando vivimos nuestro trabajo como una vocación, somos nosotros quienes le proporcionamos sentido en función a nuestra visión del mundo y nuestras creencias. Por ese motivo, la base sobre la que se asienta es muy sólida. Ejerciendo nuestra vocación también estamos expuestos a experimentar una crisis, pero si la sufrimos, será probablemente porque algo nos ha obligado a poner en cuestión nuestro sistema de valores y creencias.
Respondiendo a la llamada
La vocación solo existe cuando nuestro trabajo y nuestra identidad se alinean. Esa es la causa por la cual la vocación se vive como una auténtica llamada: ya sea externa (cuando creemos que la vida o cualquier otro poder superior nos ha predestinado para esa tarea) o interna (cuando sentimos que solo a través de un oficio determinado podremos desarrollarnos plenamente).
Tanto si creemos en la existencia del destino, como si creemos que nuestra vida se modela en función de nuestras decisiones y las circunstancias más o menos arbitrarias de la vida, los elementos que se encuentran en el núcleo de una u otra forma de entender la vocación son exactamente los mismos: la elección y la necesidad.
Una vocación es el trabajo que elegimos o para el que nos sentimos elegidos. Como todas las elecciones vitales, esta también encierra una paradoja: comprometernos totalmente con un oficio es precisamente lo que nos permite dejar de comparar la vida que llevamos con otras vidas posibles. Con ello, liberamos una gran cantidad de energía que podemos entonces utilizar para profundizar y avanzar en el camino escogido.
Por otra parte, la vocación siempre va ligada a una cierta idea de urgencia, en el sentido necesidad y obligación. Tras cada vocación se esconde la necesidad imperiosa de llevar a cabo una tarea, bien porque creemos que es lo que justifica nuestra existencia en el mundo o bien para liberar una tensión interior: existe una labor de la que nos sentimos responsables, una desempeño que nos conecta con algo más allá de nosotros mismos y que nos proporciona la causa que convierte nuestros esfuerzos en valiosos y únicos.
Nietzsche afirmaba:
“Quien posee su “¿por qué?” en la vida, es capaz de soportar prácticamente cualquier “¿Cómo?”.
«Hat man sein Warum? des Lebens, so verträgt man sich fast mit jedem Wie?» Friedrich Nietzsche, Nachgelassene Fragmente, Frühjahr 1888, NF-1888, 15[118]
Una vocación es un trabajo que nos ofrece un porqué y con él, adquirimos la fuerza que nos permite afrontar el esfuerzo e incluso el sufrimiento que nuestra labor requiere. En lugar de ser nuestros enemigos, esfuerzo y sufrimiento se convierten en el fuego que nos forja.
Encontrar sentido en nuestro oficio significa creer en lo que hacemos y es precisamente la solidez de esa creencia lo que nos permite superar nuestros límites cada vez que afrontamos un obstáculo. Cuando lo hacemos, se abre la puerta a expandir nuestra identidad, el núcleo mismo de lo que somos en el mundo. La separación entre lo que somos y lo que hacemos se difumina y esa tarea se convierte en el camino para volvernos más sólidos, más auténticos, más reales.
Generando oasis de sentido en el desierto de la monotonía
A menudo pensamos que hay apenas hay un puñado de tareas en los que podemos encontrar sentido. Sin embargo, cualquier situación, cualquier tarea puede encerrar siempre algo de sentido según cómo lo conectemos con nuestra propia existencia. En ocasiones, encontrar la tarea que proporciona un sentido absoluto a nuestras vidas, requiere aprender a hallar pequeñas islas de sentido incluso en aquellas tareas que odiamos. Quizá el sentido no sea simplemente algo predefinido sino una facultad que debemos desarrollar y fortalecer nosotros mismos aprendiendo a conocernos cada vez mejor y desarrollando la disciplina mantenernos en el rumbo elegido.
Es posible encontrar sentido dentro de las situaciones más absurdas e incluso inhumanas. Viktor Frankl, un psicólogo austríaco, lo hizo en los campos de concentración nazis de Dachau y Auschwitz. Allí, rodeado de sufrimiento y horror, descubrió que la libertad última consiste en nuestra facultad de interpretar cualquier circunstancia y dotar de sentido a nuestra vida, incluyendo el sufrimiento que ella conlleva y hasta la propia muerte.¹
Cuando aprendemos a conectar nuestra situación, nuestro trabajo y esfuerzo con algo más grande, adquirimos un mayor control sobre nuestra propia existencia y se abre una vía para adquirir una mayor maestría sobre nosotros mismos. Cuando aprendemos a ver el sentido en lo que hacemos, todo lo que hacemos va más allá de nosotros y, por ese motivo, todas nuestras acciones y decisiones se convierten en vitales y relevantes. Parafraseando a Frankl, lo importante deja de ser lo que esperas de la vida y pasa a ser lo que la vida espera de ti.
¹ Frankl, Viktor. El Hombre en busca de sentido.
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