Medimos tan a menudo con el metro equivocado que prácticamente nunca nos damos cuenta. Sólo a veces, cuando tras el conflicto llega la reflexión, comprobamos que hemos sido injustos.
Todos poseemos habilidades, conocimientos y experiencias diversas. Si tomamos estos tres aspectos veremos que es muy poco probable que todos sean idénticos a los de otra persona. Es más, es imposible que nosotros mismos tengamos la misma habilidad, conocimiento o experiencia en un momento de nuestra vida en relación con cualquier otro pasado o futuro.
La ironía es que con frecuencia nos olvidamos de esto y nos medimos y medimos a los demás en relación a nuestras habilidades o experiencia. La consecuencia es que, por exceso o por defecto, la persona medida (a veces nosotros mismos) prácticamente nunca da la talla. El resultado inmediato de medir a los demás según la escala de nuestra propia vida (o viceversa) es la frustración y/o el desengaño.
Curiosamente, y esto es algo que todavía me resulta difícil de comprender, en nuestra cultura recurrimos con demasiada frecuencia a la ridiculización o la descalificación del otro para encubrir nuestra propia frustración (al fin y al cabo, la culpa siempre la tiene otro ¿verdad?).
Para hacer este tema más concreto dejadme que lo ilustre a través de una pequeña historia:
«Dicen que una vez un hombre entro en la consulta de un médico:
– Buenos días, doctor. – Saludó al entrar. Dio unos pasos cojeando ligeramente mientras miraba atentamente unos papeles.
– Buenos días. Siéntese por favor. – Respondió sin apenas levantar la cabeza del escritorio.
El hombre se sentó con dificultad y esperó en silencio.
– Bien, usted dirá. – Dijo con un aire impaciente.
– Bueno, me duele la rodilla.
– La rodilla es una articulación muy compleja. ¿Podría ser un poco más preciso?
– Bueno, me duele aquí.
– Me temo amigo que no nos estamos entendiendo.
– ¿Qué quiere decir doctor?
– Pues bien que «aquí» sigue siendo un término muy poco preciso. ¿Qués el lo que le duele exactamente? ¿El ligamento interno cruzado, la rótula, el tendón rotuliano, el menisco?
– ¿Cómo dice? Creía que saber eso es su trabajo. – Respondió el hombre con sorpresa.
– Creía, creía… todo el mundo cree. Conocer su cuerpo es su tarea no la mía. Mi trabajo es curarle pero si no es capaz de explicarme exactamente qué le pasa y dónde para que yo lo pueda entender, no podré ayudarle.
– Ya le he dicho que me duele aquí. – Repitió el hombre con un aire molesto.
– Veo que no me está escuchando y yo tengo poco tiempo que perder. Por favor, haga el favor de marcharse y no vuelva hasta que no se haya leído por lo menos un tratado elemental de anatomía. Tendría que una ley que prohibiera utilizar el cuerpo propio a personas como usted, que no saben ni lo más mínimo acerca de él. Pero por favor, salga y no me haga perder más el tiempo.
El hombre enrojeciendo de ira se levantó en silencio y se dirigió a la puerta. Justo antes de salir, se giró hacia el médico y dijo:
– Doctor, usted que tanto sabe. Sólo por curiosidad ¿A qué diría que me dedico?
– La verdad es que no lo sé y no me importa.
– Soy bailarín querido doctor, bailarín. Tenga usted un buen día.
El hombre salió y cerró la puerta con fuerza. Mientras caminaba con el pasillo sólo podía pensar en cómo era posible que las personas confiasen su salud a una persona cuyos movimientos eran tan torpes.»
La historia es obviamente una caricatura aunque se trata de una caricatura que, a veces se acerca mucho a la realidad.
En mi caso, he detectado que el enfado o la frustración suele ser un buen síntoma para detectar este comportamiento particularmente cuando:
- Empezamos a quejarnos de que alguien no entienda de algo que es «obvio».
- Cuando alguien es más lento que nosotros realizando una tarea.
- Cuando nos concentramos en el proceso del trabajo (el cómo) y no en el resultado.
Estos son alguno de los ejemplos pero estoy seguro de que hay más.
Afortunadamente, todos tenemos cualidades, conocimientos, experiencias y visiones del mundo distintas. Y eso es lo que nos convierte en interesante y útiles para los demás. Tendemos a imponer nuestra forma de ver el mundo y hacer los demás o envidiamos la vida del resto y no nos damos cuenta de que si todos fuéramos idénticos nos aburriríamos mucho.
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