Oscuridad hoy y oscuridad siempre desde el inicio de mis tiempos. Una negrura inhóspita y prácticamente opaca, apenas atravesada en ocasiones por insinuaciones de sombras fugaces. Sombras de esperanza en ocasiones, sombras amenazadoras casi siempre.
Noche y frío a mi alrededor. Intento emitir un sonido, pero ninguno surge de mi garganta. Me abrazo las piernas escondiendo la cabeza entre las rodillas y ahí espero, solo, sin tiempo, perdido.
Una ligera brisa y algo me dice que debo caminar. Nada que indique la presencia de un camino y sí la certeza sólida del terror a un abismo inesperado. Me levanto, empiezo a caminar despacio, sudando de incertidumbre con cada paso.
(…)
Vi mis manos, mis brazos y quise abrazar el mundo. Solo entonces me di cuenta de que el mundo era enorme, inmenso. Suspiré y miré a las gemas doradas que se alzaban sobre mi cabeza. Entonces sentí que no me encontraba solo y fui yo el que sintió el abrazo del mundo mientras una lágrima se asomaba, intentando atrapar la belleza que rodeaba mi ser.
Entonces, cerré los ojos, o quizá los abrí. Todo era nuevamente oscuro y frío, la certeza del abrazo del mundo se desvanecía con cada latido y me sentí sólo. Suspiré, noté la lágrima posada en mi mano y me levanté imaginando que la miles de estrellas marcaban el camino y que ningún abismo podría detener mi avance.
Cierro los ojos y veo la playa, me saluda el mar. Me levanto, camino, el peso de mi cuerpo crea una huella en la arena bajo un cielo tan azul…
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