Muerto el sol y acicalándose se encuentra delante del espejo. Sus pupilas y su mente vacías intentando entender por qué demonios ha decidido salir aquella noche. La luna llena y algún aullido la invitan a quedarse en su casa sola, sentada y soñando historias de musarañas. Pero… dónde habré estado todo este tiempo, tan sola, tan perdida, que ahora ni siquiera me reconozco. Antes lo hacía levemente, como entre brumas. Pero ahora como siempre, ya no sé ni quién soy. Me habré dejado otra vez la cabeza colgada en el aparador.
Noche y más noche. Inacabable y perfectamente prescindible. Intentando encontrar fuera de una misma lo que nunca ha conseguido definir en su interior. Será que los tiempos corren y los pensamientos también. Sólo de pensar que tengo que seguir a alguno de los dos me quedo sin aliento.
Pasos y pasos y música y silencio. Y vuelta al alcohol y al andar y al cansancio y las ojeras, las flojeras y las risas. Me cago en estas risas de bisutería. Realmente me apetece gritar, caminar no más que en el filo de un cuchillo y desvanecerme repentina y ocasionalmente, hurtarme a mi conciencia brevemente y que parezca Eternidad porque sólo en su regazo he encontrado lo memorable.
Vuelta a la caza de lo indefinido. Suspira e intenta atrapar su aliento. Pero el suspiro es más listo y huye y corre y es demasiado veloz. Todo es demasiado fugaz e impenetrable como para no ceder a la tentación de la casita en el campo y vuelta a la cotidianidad de los domingos. Pobre chica, te das un poco de lástima, allí, guapísima y horrible. Ejerciendo tu papel de musa y de diva, alentando los habituales estremecimientos de Onán.
OK, lo sé, lo sé, me da asco y me doy asco así tan fría tan soberbia, entregándome a la imaginación de unos adolescentes enfermizos que no hacen más que reventarse los granos delante de mí. Pero tú lo sabes igual que yo. Yo soy aire y viento y fugaz y corro demasiado. Me canso siempre de intentar atraparme. Y luego me da rabia que me mires con esa sonrisa compasiva como si esta historia no fuera contigo. Tú quieres lo de siempre y no te engaño, a mí también me apetece. Quizá es demasiado fácil o demasiado complicado ser directo en esos casos. Yo también quiero ese revolcón animal, impreciso y precoz. Nos rodeamos febrilmente intentando escapar a nuestros temores que somos nosotros. Pero luego no sé si sabes que todo es frío, que todo es Siberia y que ya veremos qué ocurre cuando se te marchiten las hormonas. Por más que intentes ocultarte detrás del cigarrillo arquetípico, los compases del corazón, tu despertador y el maldito televisor te darán alcance algún día. Y quizá entonces no nos acordemos de que lo mejor en esos casos es llorar, porque entre lágrima y lágrima se diluye un poco la angustia.
Mientras tanto se irá incenciando poco a poco la noche y volveré a mis locuras de siempre para hacerte creer que no me importas. Porque participamos en el eterno juego del desencuentro. Ocultaré mi mirada y luego recorreré tus pupilas bajo mis párpados.
¿Sabes? Me asusta ser yo y no ser nadie. Quizá por eso te busco a ti. Quizá por eso nos encontramos de vez en cuando. Apenas queriendo, cediendo totalmente. Esquivando el terror del silencio que llama al Pensamiento y nos enfrenta al espejo de nuevo. No quiero encontrar allí de nuevo mi imagen desnuda y sangrante con las arterias y los intestinos palpitando de vida y de confusión. Se me retuercen las entrañas y el alma. Después, siempre me paso dos días sin poderme levantar del suelo ni de mi miseria. No, no quiero eso.
Y por eso te busco a ti maldito y veloz e indefinido suspiro. Por eso espero a cada momento que aparezcas de repente detrás de esa esquina. Por eso, porque quiero fundirme en ti.
Colonia, 13 de octubre de 2001
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