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Caminata nocturna

“Algunos se entretienen mirando paredes y otros prefieren el olor del asfalto, pero hay que ser estúpido para no darse cuenta de que todo es calle, che” (Julio Cortázar, El libro de Manuel).

Uno piensa y se desvanece en el humo del cigarrillo ocasional o el vaho de la noche. Uno avanza y se deja llevar por el camino, curtiéndose con el latir de sus pasos, arrastrándose por dentro en busca de aire, con la piel y los sentimientos erizados.

A veces, uno se marchita un poco con el ansia de los amaneceres que ya fueron y la impuntualidad de los que vendrán. A menudo… uno sueña.

El camino nos regala voces, caras pasajeras, amores efímeros, el temor a la desgracia detrás de alguna esquina. Avanzamos pesados, con los ojos puestos en todas partes, menos en el corazón.

Uno se pregunta “¿y al final?” Al final, los pasos, el todo que soy yo y todos los yo que fui. Con suerte, el hogar tras la curva apenas nos recriminará nuestra infidelidad.

Uno abre la puerta y, después de todo, quién sabe si nuestra cama acogerá los mismos suspiros de ayer, si uno no se habrá dejado la enésima piel colgada de una farola y se asomará a la luna un poco más ligero y algo más pobre por lo que ya no es o no podrá ser.

Lo peor es que desde la noche de su ventana, uno añore los pasos y el frío… el llegar a casa.

Publicado en Poesías

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