Un manto frío y sólido cae sobre esta madrugada. El manto que nos envuelve en la soledad de la reflexión y el imsonio, de las heridas pasadas que curaron pero que aún se recuerdan y no se olvidarán porque incluso tras esta tirita de tiempo queman… Las mismas heridas que hace un año nos arrastraron a un camino más luminoso, más cálido y más próspero. Pero las bestias de la tristeza y la frustración acechan tras los matojos esperando una nueva debilidad.
«Quise ser a tu lado y no supe», ignoré que tú nunca quisiste ser y este invierno me trae un eco de ti, de ese muro infranqueable que ya adiviné tan al norte, tan al desayuno de nuestros días que quemamos tan rápido, que murieron enfermos y oscuros en una soledad mutua y distante. También era invierno, y tu aliento se tornó tan frío…
Me pregunto si serás de nuevo la resplandeciente reina de las nieves que me cautivó, que me embrujó para herirme tan profundo, para tirarme a un lado como un muñeco roto. Me pregunto si todavía te quedará un eco de lo que fuimos. Lo dudo, porque tu don fue la distancia que me angustiaba al posarme sobre tus ojos verdes, en los días de locura donde no sabía reconocerte, en tus silencios.
Sé que habrá más primaveras, más caminos y más certezas. Viviremos más y nos regalarán el corazón con el vino que aturde y embriaga. A ambos nos llegará el sol de un invierno más amable y ese calor de hogar al alma. Pero hasta entonces, el invierno más duro y cruel siempre me traerá tu nombre.
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