Hoy comentaba Emilio Márquez en Facebook:
“Leyendo y estudiando un plan de negocio con unas previsiones imprudentemente optimistas hasta el año 2015, donde se demuestra que “el papel lo aguanta todo”.
Curiosamente ayer le estaba dando vueltas a este tema y llegué a una conclusión obvia que, por algún motivo, ayer me vino como una revelación, como si la entendiera con una nueva profundidad. Pero permitidme que os lo explique con un pequeño cuento:
Aldair era un pastor en la pequeña aldea de Irgath. Toda su vida había soñado con ser un caballero, con matar dragones y rescatar princesas. Aldair transcurría sus días mirando al cielo e imaginando su vida de caballero: las doncellas enamoradas, las miradas de admiración de los niños… Se veía entrando en su aldea erguido sobre su corcel negro y casi podía oír las voces de las gentes del lugar diciendo “¡Mirad, es Aldair! Él era pastor en esta aldea y ahora es el caballero más valeroso del reino.”
Un día, cuando Aldair se disponía a salir de la aldea de su rebaño, un niño se acercó corriendo: “¡Aldair! ¡Aldair! ¡No salgas de la aldea! ¡Hay un dragón malvado!”.
Aldair no contestó al niño sino que miró al cielo. Por fin había llegado su oportunidad. Él mataría al dragón y se convertiría en el caballero más valeroso del reino. Miró al niño y le dijo: “Edoén, no te preocupes por mí pues yo no temo a los dragones. Son los dragones los que deben temerme a mí. Ahora ve a tu casa y quédate con tu madre. Yo me encargaré de este dragón”.
El niño le miró incrédulo y quiso replicar: “Aldair, pero…” Aldair le cortó con la mirada. “No hay peros. Regresa con tu madre. Este es mi destino y yo mataré al dragón. Tú no te preocupes por nada”. Edoén se quedó un momento parado sin entender nada y después salió corriendo hacia su casa.
Aldair, regresó a choza. Tenía que matar al dragón,lo sabía. Su corazón latía con tanta fuerza que Aldair oía su compás rítmico sin césar. “Mi capa, pensó, necesitaré mi capa. Y, claro, mi daga. Seguramente, también necesitaré mi bastón para mantener alejado al dragón”. Mientras pensaba esto, se veía enfrente del dragón con el bastón apuntando a su pecho para mantenerlo alejado. Vio como de un ágil salto le clavaba su daga en el ojo. El dragón se retorcía y Aldair aprovechaba para clavarle el golpe mortal. Una sonrisa se dibujó en su rostro. “Sí” pensó “Así sucederá. Este mi destino”.
Aldair salió de su choza con la mirada decidida y el paso firme. Apenas había caminado unos metros cuando una anciana, Egún, se cruzó en su camino. “Aldair, no lo hagas. No intentes matar al dragón porque será él quien acabará contigo”. Aldair contestó “No sabes lo que dices mujer. Llevo toda mi vida esperando este momento. Está escrito que yo mataré al dragón”. Egún respondió “No, Aldair, no está escrito en ningún sitio y tú eres sólo un hombre. Un hombre no debe enfrentarse a un dragón y sabes que tu destino está junto a tu rebaño, sobre la verde hierba y bajo el manto del cielo azul. No dejes que el sueño de una locura te aleje de lo que debes ser.” Aldair, enfurecido contestó, “Locura eres tú Egún, que pretendes apartarme de mi destino”. Y tras decir esto, Aldair se alejó con paso firme, el ceño fruncido y sin mirar atrás. “Sé que ellos no creen en mí, lo sé, pero yo se lo demostraré… Ya verán”.
Y Aldair emprendió el camino. Tras unas horas escuchó un aleteo cercano y al girarse lo vio allí, apenas a unos metros se encontraba el dragón. “Bien, bien, bien, mira lo que tenemos aquí. Parece que hoy ya no tengo que preocuparme por la cena”. Aldair, al ver al dragón empezó a temblar de miedo y quiso correr pero se dio cuenta de que no podía, estaba paralizado de terror. “Vaya, ¿qué pasa hombre?, parece que se te haya comido la lengua el gato. Hablando de comer, creo que con una guarnición de patatas estarás delicioso.” “E… eso, no, no, no ocu…ocurrirá” contestó Aldair que estaba temblando de miedo. “¿Y por qué?” contestó el dragón “Pues no será por falta de patatas. Porque tengo quilos y quilos en mi despensa. Ya se sabe, con los días que corren, hasta los dragones tenemos que preocuparnos por mantener una dieta equilibrada”. “¡No!” replicó Aldair “¡No ocurrirá porque yo te mataré!” y al decir esto se lanzó hacia adelante desenvainando su daga y fue a clavársela al pecho al dragón. Sin embargo, al golpear con la daga la piel del dragón, ésta se dobló y quedó completamente inservible.
“¡Vaya, vaya!” dijo el dragón mientras reía “¿qué tenemos aquí? ¿Un aprendiz de guerrero? Pero hijo mío, ¿nadie te ha explicado nunca que los dragones tenemos la piel más dura que el acero y que con nuestro aliento podemos fundir la roca? Con una daga, si tienes suerte, conseguirás hacerme cosquillas. Me das tanta pena que casi tengo ganas de dejarte marchar. Desafortunadamente… los dragones malvados también tenemos una reputación que mantener”. Aldair sólo sintió un golpe fuerte en la cabeza y luego todo se volvió negro. Nadie en la aldea supo nada más de él.”
Los años pasaron y el dragón malvado siguió aterrorizando la comarca. Los mayores explicaban la historia de Aldair a sus hijos y nadie más volvió a enfrentarse al dragón por temor a correr la misma suerte que el joven pastor. Nadie, hasta que Edoén…
pero claro esa es otra historia diferente.
Yo en mi vida he sido muchas veces como Aldair pero he tenido suerte y mis dragones han sido menos crueles y desde luego, no eran nada amantes de las patatas. Con ellos he aprendido a ser prudente y no engañarme.
Eso no quiere decir que no haya que creer, que atreverse, pero como dice el cuento, esa es no es la historia de Aldair, es la de Edoén.
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